Nina Siegal / The New York Times
DOEL, Bélgica.- Denis Malcorps, auditor de 27 años de edad, ha estado viviendo en su comunidad flamenca de siete siglos de antigüedad desde que tenía cinco años. Alberga buenos recuerdos de un tranquilo refugio, con vistas ribereñas en el extremo de la tierra cultivable, donde todos los vecinos se conocían.
“De hecho, era una aldea realmente especial, algo que no se ve muy a menudo en Flandes, porque era realmente pequeña. Sin embargo, había mucho en la aldea, muchas tiendas, cuatro grandes restaurantes, muchísimos cafés”, recordó hace poco. “Había un ambiente especial entre la gente que vivía aquí”.
Actualmente, él y un puñado de otros que resisten son todo lo que impide la destrucción de lo que alguna vez una pintoresca comunidad. Durante 15 años, ellos han sido el David del Goliat de un plan para derribarla, a fin de abrirle paso a la expansión del puerto de Amberes.
Ellos han ganado decisiones en la alta corte de Bélgica para mantener Doel como una “zona habitacional” y para proteger los derechos de permanencia de los ciudadanos locales. La decisión más reciente a su favor llegó en noviembre pasado.
Pero, incluso a medida que ganan el derecho a vivir en Doel, resta cada vez menos espacio en el cual vivir. Con la excepción de unas pocas casas, prácticamente todo esta cubierto de grafitis. La mayoría de las ventanas de los hogares han sido destrozadas, sus puertas fueron abatidas sus puertas y sus interiores terminaron saqueados por cartoneros.
En una reciente tarde de domingo, un automóvil deportivo blanco derrapó a la mitad de la calle principal de este lugar, mientras corría “picadas” con un auto negro que lo seguía muy cerca y rechinaba los neumáticos.
“Ese es el tipo de cosas que estás pasando todo el tiempo aquí”, lamentó Malcorps, meneando la cabeza. “Estas personas vienen solo a comportarse mal, porque creen que es un pueblo fantasma, que nadie vive aquí”.
El pueblo, de aproximadamente cinco calles de ancho y de fondo, fue fundado oficialmente a comienzos del siglo XVII, pero sus orígenes son medievales, puntualizó Benjamin Vergauwen, arqueólogo que vive en Ouden Doel, un caserío cercano que se encuentra también programado para demolición, donde él administra un pequeño museo de historia local.
Comparte fotografías del naufragio de una nave del siglo XIV, descubierto en el limo de un arroyo. Es uno de cientos de objetos que él expone, incluyendo una flauta que, destacó, data del siglo XV, y dos sillas consistoriales del ayuntamiento, actualmente desmantelado.
En un muro hay una gran fotografía a color de Doel desde un punto panorámico. “Esto fue apenas en 2004”, precisó, “antes de que se efectuara la primera demolición. Se puede ver que era un pueblo realmente hermoso”.
Sin embargo, oficiales del puerto consideran que es tan solo cuestión de tiempo para que el área sea evacuada y empiece un proyecto de construcción de cinco años para un muelle de marea de 745 millones de dólares que, dicen, pudiera expandir la capacidad de embarques en 5.1 millones de contenedores estándar, crear 1,300 empleos y generar beneficios con un valor estimado en 5.000 millones de dólares.
Jan Hemelaer, el gerente de proceso para el desarrollo de la Región Portuaria de Amberes, por el gobierno flamenco, dijo que consideraba la decisión más reciente de la máxima corte como “una medida temporal”. En los últimos meses, agregó, todos menos uno de los poseedores de propiedades en Doel han vendido sus residencias al gobierno, y el último está en negociaciones. “Realmente se está acabando”, dijo Hemelaer. “La gente realmente se está programando para marcharse”.
Nada fácil
Jan Creve, el líder y portavoz de Doel 2020 (es una organización de residentes fundada en 1998 para salvar el área), llevó el primer caso judicial contra el gobierno en 2000 y ganó el derecho a quedarse.
Sin embargo, dijo que la autoridad flamenca, al parecer, no respetaba ni en lo más mínimo la autoridad de las cortes ni los derechos de residentes que han peleado durante años para salvar su comunidad.
“Doel está en el mapa de construcción como una comunidad diseñada para habitación”, subraya Creve, historiador que ha vivido durante 30 años en una pintoresca granja de Kieldrecht, uno de los caseríos programados para destrucción, y crió a seis hijos ahí. “Pero, cuando ves las casas aquí, puedes ver lo que está pasando. El gobierno ha organizado la desarticulación, la destrucción del pueblo”.
Según Creve, el gobierno lo ha demandado varias veces para que deje su hogar, pero él no quiere vender.
“Se está poniendo muy difícil seguir de esa manera porque no solo estás enfrentando al gobierno, no solo estás en la Corte, sino que tienes que lidiar todos los días con gente que está vandalizando la comunidad y las casas, y las autoridades no hace nada ya”, renegó.
La familia de Malcorps se mudó aquí en 1933, como parte de un incentivo para revivir Doel, que anteriormente había sido programado para demolición después de la construcción de dos plantas de energía nuclear justo al norte de la comunidad.
Cuando el Estado ofreció comprar la propiedad de sus padres, ellos se negaron. “Mi padre fue una de las personas más inflexibles con respecto a quedarse”, recordó.
Después, su padre murió de cáncer, y él y su madre ahí siguen. Malcorps es también portavoz de la Heritage Community Doel y Polder, asociación enfocada a preservar el área.
Varias veces, “autores desconocidos” han allanado el lugar para saquear su casa… justo cuando ellos no estaban ahí. A final, reconoció, su madre vendió la casa, pero ellos se quedaron como inquilinos. Y como resistidores.
“Me quedo por razones morales e ideológicas”, insistió Malcorps, sentado en De Doolen, café en el centro del pueblo que sirve como punto de reunión para los residentes que están determinados a quedarse.
“Yo no quiero que sea una decisión correcta sacrificar una bonita ciudad como Doel por muelles que solo traen y llevan contenedores”, contrastó. “Doel tiene mucho valor como herencia, y tiene muchos otros valores que también son importantes”.
En un domingo reciente, un grupo de hombres jóvenes, vestidos con disfraces de equipo antimotines, portando subametralladoras Uzi de juguete, estuvieron usando el pueblo como telón de fondo para un video postapocalíptico, y alrededor de 20 adultos con trajes blancos se habían reunido para una batalla de paintball.
Malcorps observó todo con un suspiro lleno de profunda angustia. “Ha sido muy difícil quedarse aquí y lidiar con todo esto”, se sinceró. “Si aún estamos aquí, no es debido a que fue fácil quedarse. Permanecer aquí fue una dura decisión”.